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Los hábitos alimentarios durante el confinamiento podrían habernos debilitado frente a la COVID-19

La crisis sanitaria provocada por la COVID-19 ha marcado un antes y un después en muchos ámbitos de nuestra vida. Desde el confinamiento domiciliario decretado en marzo de 2020, hemos estado sometidos a una serie de restricciones que han descolocado nuestras rutinas y, con ello, nuestra alimentación. Un estudio de la Universidad de Burgos que analiza distintas informaciones relacionadas con la nutrición y la pandemia afirma que la estricta cuarentena inicial promovió cambios dietéticos poco saludables, que podrían haber incrementado los factores de riesgo de la población frente al virus.

El análisis plantea que el bloqueo pudo debilitar físicamente a la población, provocando posteriormente casos más graves de COVID-19, aunque no hay evidencias científicas incontestables que lo avalen. Este trabajo es una revisión narrativa de la literatura disponible sobre nutrición y los hábitos alimentarios durante la pandemia a nivel internacional, que se ha desarrollado en base a artículos científicos y bases de datos disponibles. Ha sido realizado por investigadores de distintas instituciones, entre los que se encuentra Juan Mielgo Ayuso, de la Universidad de Burgos.

En España, el confinamiento se decretó junto al estado de alarma y duró algo más de tres meses, hasta junio de 2020, tras un proceso de flexibilización las restricciones. Según la información recopilada en el estudio, esta medida no solo promovió cambios dietéticos poco saludables, sino también el sedentarismo, lo que se traduce en una disminución del gasto energético y un aumento de la ingesta calórica, provocando el aumento de la masa corporal de la población.

El artículo liga estas afirmaciones con los estudios que demuestran que la obesidad y los bajos niveles de actividad física son factores de riesgo que aumentan la afección de la COVID-19. De hecho, un aumento de la grasa visceral se relaciona con una mayor probabilidad de que un enfermo ingrese en la UCI, mientras que el ejercicio se vincula con una disminución de la mortalidad.

Para reforzar más el planteamiento, los investigadores que han colaborado en este trabajo señalan que las personas que siguen una dieta sana y equilibrada como la mediterránea no habrían evitado la infección, pero sí problemas graves derivados de ella.

De hecho, los enfermos hospitalizados por coronavirus presentaban desnutrición y deficiencias en vitamina C, D, selenio B12, hierro, omega-3 y ácidos grasos. El documento señala que la deficiencia de nutrientes aumenta la mortalidad, mientras la intervención con vitaminas mejora el sistema inmunológico de los pacientes con coronavirus. En concreto, el 42% de los pacientes hospitalizados por COVID-19 han presentado deficiencia de selenio, un mineral que se encuentra en carnes, pescado, hortalizas o huevos, entre otros alimentos.

A pesar de todos los datos recopilados, el artículo concluye con que se necesitan más investigaciones, sobre todo experimentales, para mostrar el papel completo y las implicaciones de la nutrición tanto en la prevención como en el tratamiento de pacientes con COVID-19.

Referencia:
“Nutrition in the Actual COVID-19 Pandemic. A Narrative Review”: https://www.mdpi.com/2072-6643/13/6/1924/htm

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