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La Catedral de Burgos, bajo el hechizo místico de El Brujo

Si para Fulcanelli «la catedral es la enciclopedia completa de todos los conocimientos medievales», para Rafael Álvarez, El Brujo, la seo burgalesa fue refugio de la esencias del misticismo castellano, de la espiritualidad del Barroco y del humor juglar.

Todo ello durante dos noches en un escenario escueto, pero privilegiado: delante de esa joya renacentista que es la Escalera Dorada.Armado con una rosa roja, trufó de anécdotas un monólogo libre solo parcialmente interrumpido por las afirmaciones silenciosas y las voces de apuntador del músico Javier Alejano, que con su violín acompañó la puesta en escena de un juglar dispuesto a arrancar carcajadas al clero en su casa.Místicos en la Catedral es el espectáculo creado ad hoc para el VIII Centenario que el templo burgalés está celebrando.

Deslumbrado por el rosetón del siglo XIII que El Brujo veía cuando, mirando al frente, alzaba la mirada, parodió a los clásicos y a los contemporáneos, recorrió la biografía de Santa Teresa de Jesús, aludió al poeta William Blake, declamó a Calderón de la Barca y condujo a un público entregado por las vicisitudes de San Juan de la Cruz. Siempre sin perder el pulso a una reivindicación constante que el actor resumió así: «Soy un cómico».

Cual juglar evocó los tiempos en los que en las catedrales confluían el pueblo, «ruidoso, travieso, bufón», con la sacralidad. Y, fuera chanzas, se retrotrajo a los mismos orígenes del templo gótico, cuando Fernando III colocó su primera piedra, un 20 de julio de 1221.

Vanguardista y por tanto libre en su discurso, comparó al rey santo con los héroes del Mahabharata y a los místicos con los yoguis de la India, en un celebrado viaje por diferentes culturas (¿qué fue si no ese flamenco ajaponesado?) a través de los siglos. Una lección de humor y de historia. También de arte. Y, por supuesto, con un público hechizado por un juglar parapetado tras su rosa roja

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